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El cuento de la taza de te vacía
El Poder del Pensamiento
La libertad interior
Algunos indicios y síntomas de paz interior
La ostra perlífera
La Taza de Cerámica
Paradojas de nuestro tiempo
El florero de porcelana
La liberación es despertar del sueño
La Rueda de la Vida
Cuento sobre la paz
Esto también pasará
La gente que me gusta
La Vida es una Obra de Teatro…
Reflexiones de Facundo Cabral
Cuento Budista
Cuento Popular
Cómo pasar las fiestas sin un ser querido
Pérdidas irreparables
Fuera del país
Consejos para momentos difíciles
La muerte: un amanecer
Desde los afectos, Mario Benedetti
Fragmento sobre la muerte y el dolor
Pasé los 22 últimos años acompañando a gente que sufre
Artículos

Etapas de duelo

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Elisabeth Kübler-Ross identificó cinco etapas del duelo de los padres cuando uno de sus hijos muere -extensivas a otras pérdidas afectivas y materiales-:

1) Negación y aislamiento: la negación nos permite amortiguar el dolor ante una noticia inesperada e impresionante; permite recobrarse. Es una defensa provisoria y pronto será sustituida por una aceptación parcial: “no podemos mirar al sol todo el tiempo”.

2) Ira: la negación es sustituida por la rabia, la envidia y el resentimiento; surgen todos los por qué. Es una fase difícil de afrontar para los padres y todos los que los rodean; esto se debe a que la ira se desplaza en todas direcciones, aún injustamente. Suelen quejarse por todo; todo les viene mal y es criticable. Luego pueden responder con dolor y lágrimas, culpa o vergüenza. La familia y quienes los rodean no deben tomar esta ira como algo personal para no reaccionar en consecuencia con más ira, lo que fomentará la conducta hostil del doliente.

3) Negociación: ante la dificultad de afrontar la difícil realidad, mas el enojo con la gente y con Dios, surge la fase de intentar llegar a un acuerdo para intentar superar la traumática vivencia.

4) Depresión: cuando no se puede seguir negando la persona se debilita, adelgaza, aparecen otros síntomas y se verá invadida por una profunda tristeza. Es un estado, en general, temporario y preparatorio para la aceptación de la realidad en el que es contraproducente intentar animar al doliente y sugerirle mirar las cosas por el lado positivo: esto es, a menudo, una expresión de las propias necesidades, que son ajenas al doliente. Esto significaría que no debería pensar en su duelo y sería absurdo decirle que no esté triste. Si se le permite expresar su dolor, le será más fácil la aceptación final y estará agradecido de que se lo acepte sin decirle constantemente que no esté triste. Es una etapa en la que se necesita mucha comunicación verbal, se tiene mucho para compartir. Tal vez se transmite más acariciando la mano o simplemente permaneciendo en silencio a su lado. Son momentos en los que la excesiva intervención de los que lo rodean para animarlo, le dificultarán su proceso de duelo. Una de las cosas que causan mayor turbación en los padres es la discrepancia entre sus deseos y disposición y lo que esperan de ellos quienes los rodean.

5) Aceptación: quien ha pasado por las etapas anteriores en las que pudo expresar sus sentimientos -su envidia por los que no sufren este dolor, la ira, la bronca por la pérdida del hijo y la depresión- contemplará el próximo devenir con más tranquilidad. No hay que confundirse y creer que la aceptación es una etapa feliz: en un principio está casi desprovista de sentimientos. Comienza a sentirse una cierta paz, se puede estar bien solo o acompañado, no se tiene tanta necesidad de hablar del propio dolor… la vida se va imponiendo.

Esperanza: es la que sostiene y da fortaleza al pensar que se puede estar mejor y se puede promover el deseo de que todo este dolor tenga algún sentido; permite poder sentir que la vida aún espera algo importante y trascendente de cada uno. Buscar y encontrar una misión que cumplir es un gran estímulo que alimenta la esperanza.

Fundación Elisabeth Kübler-Ross http://www.ekrfoundation.org/

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Etapas de duelo

El cuento de la taza de té vacía

En cierta ocasión, un hombre de gran erudición, fue a visitar a un anciano que estaba considerado como un sabio. Llevaba la intención de declararse discípulo suyo y aprender de su conocimiento.

Cuando llegó a su presencia, manifestó sus pretensiones pero no pudo evitar el dejar constancia de su condición de erudito, opinando y sentenciando sobre cualquier tema a la menor ocasión que tenía oportunidad.

En un momento de la visita, el sabio lo invitó a tomar una taza de té. El erudito aceptó, aprovechando para hacer un breve discurso sobre los beneficios del té, sus distintas clases, métodos de cultivo y producción.

Cuando la humeante tetera llegó a la mesa, el sabio empezó a servir el té sobre la taza de su invitado. Inmediatamente, la taza comenzó a rebosar, pero el sabio continuaba vertiendo té impasiblemente, derramándose ya el líquido sobre el suelo.

-¿Qué haces insensato? – clamó el erudito -. ¿No ves que la taza ya está llena?

-Ilustro esta situación – contestó el sabio -. Tú, al igual que la taza, estás ya lleno de tus propias creencias y opiniones. ¿De qué te serviría que yo tratara de enseñarte nada?

El cuento de la taza de té vacía
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El Poder del Pensamiento


«Vacía tu Ego completamente; Abraza la paz perfecta. El Mundo se mueve y gira; Observale regresar a la quietud. Todas las cosas que florecen Regresarán a su origen. Este regreso es pacífico; Es el camino de la Naturaleza, Eternamente decayendo y renovándose.

Comprender ésto trae la iluminación, Ignorar esto lleva a la miseria. Aquel que comprende el camino de la Naturaleza llega a apreciarlo todo; Apreciándolo todo, se convierte en imparcial; Siendo imparcial, se convierte en magnánimo; Siendo magnánimo, se convierte en parte de la Naturaleza; Siendo parte de la Naturaleza, se hace uno con el Tao; Siendo uno con el Tao, se alcanza la inmortalidad: Piensa que el cuerpo perecerá, el Tao no.

Acepta y serás completo, Inclínate y serás recto, Vacíate y quedarás lleno, Decae, y te renovarás, Desea, y conseguirás, Buscando la satisfacción quedas confuso.

El Sabio acepta el Mundo Como el Mundo acepta el Tao; No se muestra a si mismo, y así es visto claramente, No se justifica a si mismo, y por eso destaca, No se empeña, y así realiza su obra, No se glorifica, y por eso es excelso, No busca la lucha, y por eso nadie lucha contra él. Los Santos decían, «acepta y serás completo», Una vez completo, el Mundo es tu hogar.

La Naturaleza dice pocas palabras: El viento fuerte no dura mucho,

 

La lluvia torrencial no cae durante mucho tiempo. Si las palabras de la Naturaleza no permanecen ¿Por qué habrían de hacerlo las del Hombre? Para seguir el Tao, conviértete en Tao; el Tao te aceptará. Para dar virtud, conviértete en virtud; la virtud te aceptará. Si pierdes con el Tao, la pérdida te aceptará. Has de confiar para que confíen en ti.

Si te mantienes de puntillas no te mantienes mucho tiempo; Si das pasos demasiado largos no puedes caminar bien; Si te muestras a ti mismo no puedes ser bien visto; Si te autojustificas no puedes ser respetado; Si te halagas a ti mismo no puedes ser creído; Si te enorgulleces demasiado no puedes alcanzar la excelencia. Todos estos comportamientos son excrecencias y tumores, Cosas desagradables evitadas por el virtuoso.

La gravedad es el origen de la ligereza, La Calma, la dueña de la agitación. Así pues, el que dirige una gran empresa no debe actuar con ligereza o agitación. Actuando a la ligera, pierde contacto con el Mundo, Actuando agitadamente, pierde contacto consigo mismo. El sabio viaja todo el día sin perder el control; Rodeado de cosas deseables, permanece en calma y sin sujecciones.»

El poder del pensamiento
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La libertad interior

Krishnamurti 8ª Conversación 23 de Julio de 1968

«…Volvemos a esta cosa primaria, el pensamiento, que ha buscado el placer y que se ha visto frustrado, que se queja diciendo: «He perdido a alguien a quien amaba y me siento solo, desgraciado, lleno de pena», y esto implica tener lástima de sí mismo, compadecerse de sí mismo. Es también el pensamiento, recordando la compañía de que disfrutó, los placenteros días pasados, tras los cuales se ocultaban la soledad, el vacío interior, y el pensamiento empieza a quejarse. «Soy desgraciado». Tal es la naturaleza misma del sentimiento de la propia lástima.

¿Puede, por lo tanto, mirarse usted usted que es la totalidad de esta compleja entidad: el pensamiento – con lástima de sí mismo, con su dolor, con sus ansiedades, sus temores, su agresividad, su brutalidad, sus exigencias sexuales, sus impulsos; puede usted mirarse por completo en silencio? Y, cuando se haya mirado así, entonces podrá quizás preguntar: «¿qué es la muerte?».

¿Puede uno escuchar con esa misma beatitud de silencio el ruido total de la vida? Si uno puede observar, escuchar, entonces puede honradamente preguntarse: ¿Qué es la muerte? ¿Qué significa morir? Esta no es sólo una pregunta para los viejos, sino para todo ser humano, como cuando uno pregunta: ¿qué es el amor?, ¿que es el placer? ¿qué es la belleza? ¿Cuál es la naturaleza de la verdadera relación humana en la cual no hay interferencia de imágenes? Así también tiene uno que hacer esta pregunta fundamental como la del amor o la de la belleza: ¿Qué es la muerte? No nos abrevemos a formularla, probablemente por estar algo atemorizados.

¿No quiere usted saber, profundamente, usted mismo, con todos sus nervios, su cerebro, con todo lo que posea, no quiere saber lo que significa amar? ¿No quiere saber lo que eso significa, tener esa extraordinaria bendición y saber con la misma avidez, con la misma vitalidad, lo que la muerte es? ¿Cómo va a descubrirlo? Morir implica conocer la cualidad de la inocencia. Más nosotros no somos personas inocentes, hemos tenido miles de experiencias, un millar de años; todo está ahí, en las células cerebrales mismas. El tiempo ha cultivado la agresión, la brutalidad, la violencia, el sentimiento de dominación y… ¡Oh! ¡tantas experiencias! Nuestras mentes no son inocentes, claras, frescas, jóvenes; han sido manchadas, torturadas, distorsionadas.

Para preguntar qué es la inocencia uno tiene que vivirla y saber lo que es la muerte. De seguro, sólo cuando uno muere para todo lo que conoce, psicológicamente, internamente, cuando muere para su pasado, muere con naturalidad, libre y felizmente; sólo en esa muerte hay inocencia, hay una renovación, hay ojos inmaculados. ¿Puede uno llegar a eso? ¿Puede uno desechar con facilidad, sin esfuerzo, las cosas a que se ha aferrado? Los recuerdos agradables y los desagradables, el sentido de «mi familia», «mis hijos», «mi Dios», «mi marido», «mi esposa», y toda la actividad egocéntrica que sigue y prosigue… ¿Puede uno desechar todo eso? Voluntariamente, no por compulsión, por miedo, por necesidad, sino con el reposo que adviene cuando uno observa el problema del vivir un vivir lleno de contiendas, un campo de batalla. Poner fin a ese problema, salir de él, «estar fuera» de todo lo relacionado con esa forma de vida… ¿Puede uno hacerlo?

Escuche, por favor, la pregunta: ¿Puede uno hacerlo? Usted puede decir: «No, no puedo, no es posible». Cuando afirma que no es posible, lo que quiere decir es que sólo será posible si sabe lo que pasará cuando termine todo eso. Esto es, usted renunciará a una cosa cuando esté seguro de otra. Dice que no es posible, solamente porque no sabe qué es lo «imposible». Y para averiguarlo hay que darse cuenta tanto de lo posible como de lo «imposible», e ir más allá. Entonces usted mismo verá que todo lo que ha acumulado psicológicamente puede desecharlo con mucha facilidad; sólo entonces sabrá usted qué es vivir.

Vivir es morir, morir todos los días para todas las cosas con que ha luchado y las que ha acumulado para la propia importancia, por lástima de sí mismo, para el dolor, el placer y la agonía de este hecho que se llama vivir. Eso es lo único que conocemos y para verlo todo, la mente tiene que estar extraordinariamente callada. En ver precisamente la estructura completa consiste la disciplina; este mismo «ver» nos disciplina. Y entonces tal vez sabremos lo que significa morir; sabremos lo que significa vivir, no esta vida torturada, sino una vida enteramente distinta, una vida que ha nacido de una profunda revolución psicológica, que no implica desviarse de la vida.»

La libertad interior
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Indicios y síntomas de paz interior

Algunos indicios y síntomas de paz interior

  • Tendencia a pensar y actuar con espontaneidad sin ningún temor derivado de experiencias anteriores

  • Capacidad para disfrutar de cada instante

  • Pérdida de interés por juzgar a otras personas

  • Pérdida de interés por interpretar las acciones de los demás

  • Pérdida de interés por los conflictos

  • Disminución de las preocupaciones

  • Frecuentes e intensas etapas de apreciación

  • Sentimiento de satisfacción por saberse conectado a los otrs y la naturaleza

  • Frecuentes estados de alegría

  • Creciente receptividad hacia el amor ofrecido por los demás, a la vez que necesidad imperiosa de ofrecer el propio

Algunos indicios y síntomas de paz interior
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La ostra perlífera

Era una ostra marina. No un caracol. Marina era un bicho de profundidad y, como todas las de su raza, había buscado la roca del fondo para agarrarse firmemente a ella. Una vez que lo consiguió, creyó haber dado con el destino claro que le permitiría vivir sin contratiempos su ser de ostra.

Pero el Señor había puesto su mirada en Marina. Y todo lo que en su vida sucedería, tendría como gran responsable al mismo Señor Dios. Porque el Señor Dios en su misterioso plan para ella, había decidido que Marina fuera valiosa. Ella simplemente había deseado ser feliz.

Y un día el Señor Dios colocó en Marina su granito de arena. Literalmente: un granito de arena. Fue durante una tormenta de profundidad. De ésas que casi no provocan oleaje en la superficie, pero que remueven el fondo de los océanos.

Cuando el granito de arena entró en su existencia, marina se cerro violentamente. Así lo hacía siempre que algo entraba en su vida. Porque es la manera de alimentarse que tienen las ostras. Todo lo que entra en su vida es atrapado, desintegrado y asimilado. Si esto no es posible, se expulsa hacia el exterior del objeto extraño.

Pero con el granito de arena, la Ostra Marina no pudo hacer lo de siempre. Bien pronto constató que aquello era sumamente doloroso. La hería por dentro. Lejos de desintegrarse, más bien la lastimaba a ella. Quiso entonces expulsar ese cuerpo extraño. Pero no pudo.

Ahí comenzó el drama de Marina. Lo que Dios le había mandado pertenecía a aquellas realidades que no se dejan integrar y tampoco se pueden suprimir. El granito de arena era indigerible e inexpulsable. Y cuando trató de olvidarlo, tampoco lo pudo. Porque las realidades dolorosas que Dios envía son imposibles de olvidar o de ignorar. Están siempre presentes.

Frente a esta situación, se hubiera pensado que a Marina no le quedaba más que un camino: luchar contra su dolor, rodeándolo con el pus de su amargura, generando un tumor que terminaría por explotarle envenenando su vida y la de todos lo que la rodeaban.

Pero en su vida había una hermosa cualidad. Era capaz de producir sustancias sólidas. Normalmente las ostras dedican esta cualidad a su tarea de fabricarse un caparazón defensivo, rugoso por fuera y terso por dentro. Pero también pueden dedicarlo a la construcción de una perla. Y eso fue lo que realizó Marina. Poco a poco, y con lo mejor de sí misma, fue rodeando el granito de arena del dolor que Dios le había mandado, y a su alrededor comenzó a nuclear una hermosa perla.

Me han comentado que normalmente las ostras no tienen perlas. Que éstas son producidas sólo por aquéllas que se deciden a rodear, con lo mejor de sí mismas, el dolor de un cuerpo extraño que las ha herido.

Muchos años después de la muerte de Marina, unos buzos bajaron hasta el fondo del mar. Cuando la sacaron a la superficie, se encontró en ella la hermosa perla de su vida.

Al verla brillar con todos los colores del cielo y del mar, nadie se preguntó si Marina había sido feliz. Simplemente supieron que había sido valiosa.

La ostra perlífera
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La Taza de Cerámica

Se cuenta que una vez, en Inglaterra, existía una pareja que gustaba de visitar las pequeñas tiendas del centro de Londres. Una de sus tiendas favoritas era donde vendían vajillas antiguas. En una de sus visitas a la tienda, vieron una hermosa tacita.

—¿Me permite ver esa taza? —preguntó la señora—. Nunca he visto nada tan fino como eso!

En cuanto tuvo en sus manos la taza, escuchó que la tacita comenzó a hablar.

La tacita le comentó:

—¡Usted no entiende! Yo no he sido siempre esta taza que usted esta sosteniendo. Hace mucho tiempo, yo sólo era un montón de barro amorfo. Mi creador me tomó entre sus manos, y me golpeó y me amoldó cariñosamente. Llegó un momento en que me desesperé, y le grité:

—¡Por favor, déjame ya en paz!

Pero sólo me sonrió, y me dijo:

—Aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

Después me puso en un horno. ¡Yo nunca había sentido tanto calor! Me pregunté por qué mi creador querría quemarme, así que toqué la puerta del horno. A través de la ventana del horno pude leer los labios de mi creador, que me decían:

—Aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

Finalmente se abrió la puerta. Mi creador me tomó y me puso en una repisa para que me enfriara.

—¡Así está mucho mejor! —me dije a mí misma.

Pero apenas me había refrescado, cuando mi creador ya me estaba cepillando y pintándome. ¡El olor de la pintura era horrible! Sentía que me ahogaría.

—¿Por favor, detente! —le gritaba a mi creador.

Pero él sólo movía la cabeza haciendo un gesto negativo, y decía:

—Aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

Al fin dejó de pintarme; pero esta vez me tomó y me metió nuevamente a otro horno. No era un horno como el primero, ¡sino que era mucho mas caliente! Ahora sí estaba segura que me sofocaría. ¡Le rogué y le imploré que me sacara! Grité, lloré, pero mi creador sólo me miraba, diciendo:

—Aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

En ese momento me di cuenta que no había esperanza.

¡Nunca lograría sobrevivir a ese horno! Justo cuando estaba a punto de darme por vencida, se abrió la puerta y mi creador me tomó cariñosamente y me puso en una repisa que era aún más alta que la primera. Allí me dejó un momento para que me refrescara. Después de una hora de haber salido del segundo horno, me dio un espejo y me dijo:

—¡Mírate, ésta eres tú! Yo no podía creerlo, ¡ésa no podía ser yo! Lo que veía era hermoso.

Mi creador, nuevamente, me dijo:

—Yo sé que te dolió haber sido golpeada y moldeada por mis manos, pero si te hubiera dejado como estabas, te hubieras secado. Sé que te causó mucho calor y dolor estar en el primer horno, pero de no haberte puesto allí seguramente te hubieras quebrado. También sé que los gases de la pintura te provocaron muchas molestias, pero de no haberte pintado tu vida no tendría color. Y si yo no te hubiera puesto en ese segundo horno, no hubieras sobrevivido mucho tiempo, porque tu dureza no habría sido la suficiente para que subsistieras.

¡Ahora tú eres un producto terminado! ¡Eres lo que yo tenía en mente cuando te comencé a formar!

La taza de cerámica
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Desde los afectos

¿Cómo hacerte saber que siempre hay tiempo? Que uno sólo tiene que buscarlo y dárselo. Que nadie establece normas salvo la vida. Que la vida sin ciertas normas pierde forma. Que la forma no se pierde con abrirnos. Que abrirnos no es amar indiscriminadamente. Que no está prohibido amar. Que también se puede odiar. Que el odio y el amor son afectos. Que la agresión porque sí, hiere mucho. Que las heridas se cierran. Que las puertas no deben cerrarse. Que la mayor puerta es el afecto. Que los afectos nos definen. Que definirse no es remar contra la corriente. Que no cuanto más fuerte se hace el trazo más se dibuja. Que buscar un equilibrio no implica ser tibio. Que negar palabras implica abrir distancias. Que encontrarse es muy hermoso. Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida. Que la vida parte del sexo. Que el «por qué» de los niños tiene un por qué. Que querer saber de alguien no es sólo curiosidad. Que para saber todo de todos es curiosidad malsana. Que nunca está de más agradecer. Que la autodeterminación no es hacer las cosas solo. Que nadie quiere estar solo. Que para no estar solo hay que dar. Que para dar debimos recibir antes. Que para que nos den también hay que saber como pedir. Que saber pedir no es regalarse. Que regalarse es en definitiva no quererse. Que para que nos quieran debemos demostrar qué somos. Que para que alguien sea hay que ayudarlo. Que ayudar es poder alentar y apoyar. Que adular no es ayudar. Que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara. Que las cosas cara a cara son honestas. Que nadie es honesto porque no roba. Que el que roba no es ladrón por placer. Que cuando no hay placer en las cosas no se está viviendo. Que para sentir la vida no hay que olvidarse que existe la muerte. Que se puede estar muerto en vida. Que se siente con el cuerpo y la mente. Que con los oídos se escucha. Que cuesta ser sensible y no herirse. Que herirse no es desangrarse. Que para no ser heridos levantamos muros. Que quien siembra muros no recoge nada. Que casi todos somos albañiles de muros. Que sería mejor construir puentes. Que sobre ellos se va a la otra orilla y también se vuelve. Que volver no implica retroceder. Que retroceder también puede ser avanzar. Que no por mucho avanzar se amanece cerca del sol.

Cómo hacerte saber que nadie establece normas salvo la vida.

Desde los afectos
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Paradojas de nuestro tiempo

La paradoja de nuestro tiempo en la historia es que tenemos edificios más altos pero temperamentos más cortos, autopistas más amplias, pero puntos de vista más estrechos.

Gastamos más, pero tenemos menos, compramos más, pero gozamos menos. Tenemos casas más grandes, familias más pequeñas, más comodidades y menos tiempo para disfrutarlas. Tenemos más títulos pero menos sentido, más conocimiento, pero menos juicio, somos más expertos, pero con más problemas, tenemos más medicinas y menos salud.

Bebemos y fumamos demasiado, somos demasiado imprudentes, nos reímos demasiado poco, conducimos demasiado rápido, vivimos demasiado enojados. Nos levantamos demasiado cansados, leemos demasiado poco… y muy pocas veces oramos.

Hemos multiplicado nuestras posesiones y hemos reducido nuestros valores. Muy rara vez hablamos del amor pero con demasiada frecuencia hablamos del odio.

Hemos aprendido a ganarnos la vida… pero no una vida.

Hemos añadido años a la vida y le hemos quitado vida a los años.

Hemos cruzado el camino a la luna de ida y de vuelta, pero nos cuesta cruzar la calle para saludar a un nuevo vecino.

Hemos conquistado el espacio exterior pero no nuestro espacio interior.

Hemos hecho grandes cosas, pero no cosas mejores.

Hemos limpiado el aire, pero contaminado el alma.

Hemos conquistado el átomo, pero no nuestros prejuicios.

Hoy escribimos más, pero aprendemos menos.

Planeamos más, pero logramos menos.

Hemos aprendido rápido, pero no hemos aprendido a esperar. Construimos más computadoras para tener más información, pero cada vez nos comunicamos menos.

Estos son días de viajes rápidos, pañales desechables, moralidad dispensable, amores de una sola noche, cuerpos con sobrepeso y pastillas que hacen de todo desde alegrar, hasta calmar o matar.

Vivimos días en que hay mucho para aparentar y poco para mostrar.

Estos son tiempos en que la tecnología puede llevar en un instante este mensaje a ti. También es un momento en que usted lo puede compartir o simplemente borrar.

Nunca dejes de vivir momentos con tus seres queridos, porque ellos no van a estar siempre a tu lado.

Recuerda, por ejemplo, regalar una palabra cariñosas a quien busca en ti el asombro, porque ese pequeño muy pronto va a crecer y va a salir de tu lado.

Recuerda, por ejemplo, abrazar fuertemente a quien está cerca de ti, es el único tesoro que le puedes dar a tu corazón y no cuesta un centavo.

Recuerde decirle siempre «Te amo» a tu pareja y a tus seres queridos, pero hazlo en su verdadero sentido. Un beso y un abrazo reparan un daño, aún cuando éste se encuentre muy dentro de ti..

Recuerda estrechar manos y valorar a quienes tienes a tu lado, algún día esas persona ya no estarán contigo. Dale tiempo al amor, dale tiempo al conversar y compartir los preciosos pensamientos de la mente.

Paradojas de nuestro tiempo

El florero de porcelana

El Maestro y el guardián se dividían la administración de un monasterio zen. Cierto día, el guardián murió, y fue preciso sustituirlo.

El Maestro reunió a todos los discípulos para escoger quién tendría la honra de trabajar directamente a su lado.

– «Voy a presentarles un problema”, el Maestro, “y aquél que lo resuelva primero, será el nuevo guardián del templo.»

Terminado su corto discurso, colocó un banquito en el centro de la sala. Encima estaba un florero de porcelana carísimo, con una rosa roja que lo decoraba.

– «Éste es el problema”, dijo el Maestro, «resuélvanlo»

Los discípulos contemplaron perplejos el problema… miraban los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?

Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el problema, hasta que uno de los discípulos se levantó, miró al maestro y a los alumnos, caminó resolutamente hasta el florero y lo tiró al suelo, destruyéndolo.

– «¡Al fin alguien que lo hizo!”, exclamó el Maestro, “empezaba a dudar de la formación que les hemos dado en todos estos años. Usted es el nuevo guardián.»

Al volver a su lugar el alumno, el Maestro explicó:

– «Yo fui bien claro: dije que ustedes estaban delante de un problema. No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado.»

– «Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un lindo amor que ya no tiene sentido, un camino que precisa ser abandonado, aunque insistimos en recorrerlo, porque nos trae comodidad.»

– «Sólo existe una manera de lidiar con un problema: atacándolo de frente.»

– «En estas horas, no se puede tener piedad, ni ser tentado por el lado fascinante que cualquier conflicto acarrea consigo.»

El florero de porcelana
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La liberación es despertar del sueño

 

 

 

 

 

 

 

 


El discípulo se reunió con su maestro espiritual para indagar algunos aspectos de la liberación y de aquellos que la alcanzan. Al finalizar, el discípulo le preguntó al maestro:

–¿Cómo es posible que un ser liberado pueda permanecer ecuánime ante las terribles tragedias que sufre la humanidad?

El maestro compasivo lo miró fijamente y sonriendo le dijo: –Imagina en este momento que estas soñando lo siguiente: Vas en un barco acompañado de muchos pasajeros. De repente, el barco encalla y comienza a hundirse. Angustiado, te despiertas. Y la pregunta que yo te hago es: ¿Acaso te duermes rápidamente de nuevo para avisar a los personajes de tu sueño?

–Por supuesto que no– responde tajantemente el discípulo.

–¡Respuesta inapropiada! Tu dharma (deber) ahora es ser un canal de ayuda, siempre y cuando existan las condiciones espirituales mínimas, para despertar del sueño profundo de la inconsciencia de tu prójimo y tienes que mantenerte despierto en medio de la ilusión mundana.

–Maestro y ¿Cuáles son las condiciones espirituales mínimas para ayudar al prójimo?

–¡Eso lo sabrás cuando despiertes del sueño!

Y Sankarya despertó y luego sonrió…

La liberación es despertar del sueño
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Fragmento sobre la muerte y el dolor de Alejandro Jodorowsky

 

 

 

 

 

 

 

 

 


-Yo fui donde Yotakata, mi maestro zen para que me consolara, yo creí que él me iba a decir era, -La gota divina volvió al océano de la felicidad, no comienza no termina es eterno-, cosas así –no es cierto?-, Dios da, Dios quita, Bendito sea Dios, todas esas consolaciones –No es cierto?, todas esas consolaciones, y él me miro y me dijo una sola palabra, me dijo “duele”,

y ahí comprendí, que el dolor hay que asumirlo, se asume el dolor, y duele, y mientras duele, duele; y luego el duelo se va haciendo naturalmente y se va pasando, la vida igual, la vida se va soltando poco a poco,

tú eres como la escultura, “como decía Miguel Ángel”, la hechas a rodar por una montaña lo que se quiebra no valía, lo que queda es bueno, entonces tú vas soltando cosas, tú vas soltando los deseos de apropiación, vas soltando los deseos de triunfo, vas soltando que te amen, vas soltando que giren alrededor tuyo, vas soltando agarrar, poco a poco vas soltando, hasta que vas llegando al alma impersonal; cuando llegas al alma impersonal, y realizado el resto, con mucha mas facilidad puedes aceptar el vació y desaparecer; siempre que hayas dado, lo que das te lo das, si no das te lo quitas, lo que haces al otro te lo haces a ti mismo, no hay que hablar de la muerte, hay que olvidarla,

voy a vivir profundamente este instante, si no soy yo que lo viva -Quien?-, si no es aquí –Donde?-, si no es ahora –Cuando?-, y si no es de esta manera –Como?.
Fragmento sobre la muerte y el dolor de Alejandro Jodorowsky
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La Rueda de la Vida, de Elizabeth Kübler-Ross
 
 
 
 
 
 
 
 

«Cuando hemos realizado la tarea que hemos venido a hacer en la Tierra, se nos permite abandonar nuestro cuerpo, que aprisiona nuestra alma al igual que el capullo de seda encierra a la futura mariposa.Llegado el momento, podemos marcharnos y vernos libres del dolor, de los temores y preocupaciones; libres como una bellísima mariposa, y regresamos a nuestro hogar, a Dios.

De una carta a un niño enfermo de cáncer

“El ratón” (infancia). Al ratón le gusta meterse por todas partes,es animado y juguetón, y va siempre por delante de los demás.

“El oso” (edad madura, primeros años) El oso es muy comodón y le encanta, hibernar. Al recordar su mocedad, se ríe de las correrías del ratón.

“El búfalo” (edad madura, últimos años). Al búfalo le gusta recorrer las praderas. Confortablemente instalado, repasa suvida y anhela desprenderse de su pesada carga para convertirse en águila.

“El águila” (años finales). Al águila le entusiasma sobrevolar el mundo desde las alturas, no a fin de contemplar con desprecio a la gente, sino para animarla a que mire hacia lo alto.

La Rueda de la vida, de Elizabeth Kübler-Ross
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Cuento sobre la paz
 
 
 
 
 
 
 
 

Se cuenta que un rey ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera describir en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero hubo solo dos que realmente le gustaron.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esa pintura pensaron que reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se veía para nada pacífico. Pero cuando el rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca y en ese arbusto se encontraba un nido.

Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido.

El rey escogió la segunda pintura.

«Porque, -explicó- paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas esas cosas permanezcamos en calma dentro de nuestro corazón.

«Este es el verdadero significado de la paz.»

La paz no puede ser hallada en sitio alguno, fuera de uno mismo. Cuando el ser humano logra que la paz reine dentro de sí mismo, puede hacerla reinar en el mundo entero
Cuento sobre la paz
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Esto también pasará
 
 
 
 
 
 
 
 

 
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:

– Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.

Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos, podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total. Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:

– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.

– Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje (el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey).

– Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo.

– Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.

Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino.

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso. Simplemente decía:

– Esto también pasará.

Mientras leía estas palabras sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.

El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes. Él se sentía muy orgulloso de sí mismo.

El anciano estaba a su lado en la carroza y le dijo:

– Apreciado rey, le aconsejo leer nuevamente el mensaje del anillo.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó el rey.

– Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta.

– No estoy desesperado y no me encuentro en una situación sin salida.

– Escucha – dijo el anciano – este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas.

– También es para situaciones placenteras.

– No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso.

– No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “esto también pasará”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo bueno era tan transitorio como lo malo.

Maestro: Todas las situaciones (agradables y desagradables) son transitorias; pasarán y harán lugar para algo nuevo. Encontrarás la paz si logras tomar distancia de estas situaciones y si las aceptas como parte de la dualidad de la naturaleza.

Esto también pasará
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La gente que me gusta

 

 

 

 

 

 


Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad. Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios.

Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.

Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto.

Me gusta la gente que posee sentido de la justicia. A estos los llamo mis amigos.

Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor.

La gente que nunca deja de ser aniñada.

Me gusta la gente que con su energía, contagia.

Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.

Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.

Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.

La gente que lucha contra adversidades.

Me gusta la gente que busca soluciones.

Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.

Me gusta la gente que tiene personalidad.

Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.

La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.

Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.

La gente que me gusta
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La Vida es una Obra de Teatro…

 

 

 

 

 

 

 

 


 

La vida es una obra de teatro que no permite ensayos Por eso canta, rie, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida… Antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos…

¡Hey…hey… !! sonríe… más no te escondas detrás de esa sonrisa… Muestra aquello que eres, sin miedo… Existen personas que sueñan con tu sonrisa, así como yo…

¡Vive! ¡Intenta! La vida no pasa de una tentativa. ¡Ama! por encima de todo, ama a todo y a todos.

No cierres los ojos a la suciedad del mundo, no ignores el hambre! Olvida la bomba! pero antes haz algo para combatirla, aunque no te sientas capáz.

¡Busca! Busca lo que hay de bueno en todo y todos. No hagas de los defectos una distancia y sí, una proximación.

¡Acepta! La vida, las personas, haz de ellas tu razón de vivir.

¡Entiende! Entiende a las personas que piensan diferente a tí, no las repruebes. ¡Eh! Mira! Mira a tu espalda…cuántos amigos!! ¿Ya hiciste a alguien felíz hoy? ¿O hiciste sufrir a alguien con tu egoísmo?

¡Eh! No corras…! ¿Para qué tanta prisa? Corre apenas dentro tuyo.

¡Sueña! Pero no perjudiques a nadie ni transformes tu sueño en fuga.

¡Cree…! ¡Espera…! Siempre habrá una salida, siempre brillará una estrella.

¡Llora! ¡Lucha! Haz aquéllo que te gusta, siente lo que hay dentro de tí.

Oye… escucha lo que las otras personas tienen que decir, es importante.

Sube… haz de los obstáculos escalones para aquello que quieres alcanzar. Más no te olvides de aquellos que no consiguieron subir en la escalera de la vida.

¡Descubre…! Descubre aquello que es bueno dentro tuyo. Procura por encima de todo ser gente, yo también lo voy a intentar.

¡Hey…! Tú…! Ahora vé en paz. Yo quiero decirte que: «te adoro»… simplemente porque existes.

La vida es una obra de teatro
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Reflexiones de Facundo Cabral

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Como los budistas, sé que la palabra no es el hecho. Si digo manzana no es la maravilla innombrable que enamora el verano, si digo árbol apenas me acerco a lo que saben las aves, el caballo siempre fue y será lo que es sin saber que así lo nombro.

Sé que la palabra no es el hecho, pero sí sé que un día mi padre bajó de la montaña y dijo unas palabras al oído de mi madre, y la incendió de tal manera que hasta aquí he llegado yo, continuando el poema que mi padre comenzó con algunas palabras.

Nacemos para encontrarnos (la vida es el arte del encuentro), encontrarnos para confirmar que la humanidad es una sola familia y que habitamos un país llamado Tierra. Somos hijos del amor, por lo tanto nacemos para la felicidad (fuera de la felicidad son todos pretextos), y debemos ser felices también por nuestros hijos, porque no hay nada mejor que recordar padres felices.

Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la Tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo. Además, el universo siempre está dispuesto a complacernos, por eso estamos rodeados de buenas noticias.

Cada mañana es una buena noticia. Cada niño que nace es una buena noticia, cada cantor es una buena noticia, porque cada cantor es un soldado menos, por eso hay que cuidarse del que no canta, porque algo esconde. Eso lo aprendí de mi madre que fue la primera buena noticia que conocí.

Se llamaba Sara y nunca pudo ser inteligente porque cada vez que estaba por aprender algo, llegaba la felicidad y la distraía, nunca usó agenda porque sólo hacía lo que amaba, y eso se lo recordaba el corazón. Se dedicó a vivir y no le quedaba tiempo para hacer otra cosa. De mi madre también aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo, ahora mismo, le puedes decir basta a la mujer (ó al hombre) que ya no amas, al trabajo que odias, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los noticieros que te envenenan desde la mañana, a los que quieren dirigir tu vida, ahora mismo le puedes decir basta al miedo que heredaste, porque la vida es aquí y ahora mismo.

Me he transformado en un hombre libre (como debe ser), es decir que mi vida se ha transformado en una fiesta que vivo, en todo el mundo, desde la austeridad del frío patagónico a la lujuria del Caribe, desde la lúcida locura de Manhattan al misterio que enriquece a la India, donde la Madre Teresa sabe que debemos dar hasta que duela.

Caminando comprobé que nos vamos encontrando con el otro, lenta, misteriosa, sensualmente, porque lo que teje esta red revolucionaria es la poesía. Ella nos lleva de la mano y debajo de la luna, hasta los últimos rincones del mundo, donde nos espera el compinche, uno más, el que continúa la línea que será un círculo que abarcará el planeta. Esta es la revolución fundamental, el revolucionarse constantemente para armonizar con la vida, que es cambio permanente, por eso nos vamos encontrando fatalmente para iluminar cada rincón.

Que nada te distraiga de ti mismo, debes estar atento porque todavía no gozaste la más grande alegría ni sufriste el más grande dolor. Vacía la copa cada noche para que Dios te la llene de agua nueva en el nuevo día. Vive de instante en instante porque eso es la vida.

Me costó 57 años ¿cómo no gozar y respetar este momento? Se gana y se pierde, se sube y se baja, se nace y se muere. Y si la historia es tan simple, ¿porqué te preocupas tanto?. No te sientas aparte y olvidado, todos somos la sal de la Tierra. En la tranquilidad hay salud, como plenitud dentro de uno. Perdónate, acéptate, reconócete y ámate, recuerda que tienes que vivir contigo mismo por la eternidad, borra el pasado para no repetirlo, para no abandonar como tu padre, para no desanimarte como tu madre, para no tratarte como te trataron ellos, pero no los culpes porque nadie puede enseñar lo que no sabe, perdónalos y te liberarás de esas cadenas.

Si estás atento al presente, el pasado no te distraerá, entonces serás siempre nuevo. Tienes el poder para ser libre en este mismo momento, el poder está siempre en el presente porque toda la vida está en cada instante, pero no digas no puedo ni en broma porque el inconsciente no tiene sentido de humor, lo tomará en serio y te lo recordará cada vez que lo intentes.

Si quieres recuperar la salud abandona la crítica, el resentimiento y la culpa, responsables de nuestras enfermedades. Perdona a todos y perdónate, no hay liberación más grande que el perdón, no hay nada como vivir sin enemigos. Nada peor para la cabeza y por lo tanto para el cuerpo, que el miedo, la culpa, el resentimiento y la crítica que te hace juez (agotadora y vana tarea) y cómplice de lo que te disgusta. Culpar a los demás es no aceptar la responsabilidad de nuestra vida, es distraerse de ella. El bien y el mal viven dentro de tí, alimenta más al bien para que sea el vencedor cada vez que tengan que enfrentarse.

Lo que llamamos problemas son lecciones, por eso nada de lo que nos sucede es en vano. No te quejes, recuerda que naciste desnudo, entonces ese pantalón y esa camisa que llevas ya son ganancia. Cuida el presente porque en él vivirás el resto de tu vida. Libérate de la ansiedad, piensa que lo que debe ser será, y sucederá naturalmente.»

Reflexiones de Facundo Cabral
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Cuento Budista

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un día cuando caminaba por una región montañosa Gahutama Buda, bajo el sol del mediodía le dijo a su discípulo Ananda:

Cuando atravesamos las montañas pasamos un arroyo, puedes retroceder el camino y traerme un poco de agua.

Ananda deshaciendo el camino llegó al agua pero cuando estuvo allí se dio cuenta de que unas carretas acababan de atravesarlo embarrándolo todo. Las hojas muertas que antes yacían en el fondo, ahora flotaban sobre el agua y no era bebible, no podía llevársela a Buda, así que regresó, además sabía que más adelante corría otro río de aguas cristalinas.

Buda le dijo: Vuelve otra vez porque cuando pasamos ese agua era pura y cristalina.

Ananda protestó: Entiéndelo, entre que llegamos aquí pasaron unas carretas por el riachuelo y el agua ya no es bebible.

Buda le dijo: Lo sé, ve y siéntate en la orilla, lleve el tiempo que lleve. Siéntate y no te metas en la corriente porque si te metes en ella la ensuciaras de nuevo, solo observa y no hagas nada, el barro se asentará, entonces llena mi cuenco y regresa.

Ananda se sentó a esperar y esperando vio que el barro y las hojas se iban asentando despacito dejando el agua clara y pura tal cual es su naturaleza, llenó el cuenco y comprendió lo que Buda intentaba decirle.

«No te metas en el río, no sigas la corriente de tu mente, espera en la orilla y observa la naturaleza de tu mente; es esa claridad cristalina, ensuciada por pensamientos y emociones pasajeros».

Cuento Budista
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Cuento popular

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Cuentan que cierto día, estaban en el bosque un caballo y su pequeño hijo, ambos gustaban de correr sin rumbo fijo, solo por el placer de sentir el cálido aire sobre sus cabezas.

Padre e hijo disfrutaban mucho de estas carreras y el compartir sus conversaciones que tanto bien hacía a ambos, siempre tenían pláticas de lo más amenas y realmente existía una comunicación constante entre ellos.

Una mañana, salieron como era su costumbre a correr, estaban muy felices porque era un día espléndido, cuando de repente el pequeño caballo tropezó y cayó rodando, su padre se detuvo de inmediato volviendo sobre sus pasos para ver que le había sucedido a su pequeño potrillo.

Se acerco a él para averiguar si se encontraba bien, y el pequeño no lograba levantarse, muy asustado le dijo a su padre: – Siento que no podré volverme a levantar, me siento muy lastimado de una pata. – Hijo, debes levantarte, acaso ¿Te has roto algo? – Padre, le dijo el caballito, creo que no me he roto nada, sin embargo, un caballo nunca se cae y cuando lo hace, le resulta sumamente difícil levantarse. – Hijo, estás equivocado, algunos animales como nosotros caen, pero vuelven a levantarse y tu te levantarás, porque no tienes nada roto. Tu voluntad hará que te levantes y vuelvas a caminar y a correr como siempre lo has hecho. No permitirás que tu mente te haga tomar una decisión equivocada, creyendo que porque has caído no podrás levantarte. Además, yo te ayudaré a hacerlo, porque yo precisaré de tu ayuda cuando caiga y necesite levantarme igualmente. – Pero padre, ¿cómo podría yo ayudarte a levantar si soy tan pequeño??- Hijo, no se necesita fuerza física para dar esa clase de ayuda, solo se requiere un gran amor, esa es la clase de ayuda que necesitamos, sentirnos apoyados por nuestros seres más queridos, y yo te amo mucho y por esa razón te digo que te levantes, porque todavía tenemos muchos caminos que recorrer juntos.

Y nuestro pequeño caballito, se levantó, se sacudió el polvo, empezó a caminar junto a su amado padre y pronto empezaron a correr como era su costumbre.

CAERSE no es lo importante, lo importante es LEVANTARSE cuantas veces sea necesario.

Anónimo

Cuento popular
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Cómo pasar las fiestas sin un ser querido

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Las fiestas de Navidad y de fin de año son momentos que plantean una reflexión y un balance de lo vivido durante el año que termina.


Festejar, a pesar de todo. Así reza el precepto popular del que se nutren quienes, aún sufriendo por la ausencia de un ser querido, deciden pasar la Navidad o el Año Nuevo obstruyendo el dolor, disimulando, intentando mostrarse frente al mundo como si nada hubiera pasado.

Un brusco cambio en la modalidad del festejo (como un crucero por el Caribe), una borrachera o la tentación de tomar una pastilla para dormir y despertarse cuando las fiestas hayan terminado son algunas de las opciones con las que algunos deciden atravesar los días festivos luego de una pérdida. Sin embargo, a la mayoría le resulta prácticamente imposible hallar paz y tranquilidad en la celebración echando mano de ese tipo de estrategias que, finalmente, sólo consiguen acentuar el sufrimiento.

Es que, aun sin parecerlo, los cambios bruscos o la negación alejan a las personas de una oportunidad más saludable: la de lograr un vínculo diferente con el ser ausente, de recordarlo con afecto y, sobre todo, de sentir y hasta disfrutar de las fiestas en la medida de las propias posibilidades.

«Hay muchos momentos especiales difíciles de transitar cuando se ha perdido físicamente a un ser querido (cumpleaños, aniversarios). Pero las fiestas de fin de año son universales, y por eso la tentación de los mitos festivos (celebrar, a pesar de todo) es más fuerte que en otras ocasiones .Sin embargo, lo importante no es sortear ni evitar el dolor sino anticiparse a él, reconocerlo y -sin pretender que todo sea como antes- encontrar el propio camino de confort para pasar las fiestas.»

Como pasar las fiestas sin un ser querido
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Pérdidas irreparables

Una de las particularidades de las fiestas de fin de año es que generan un estrés adicional: «Son fechas que, además de ser universales, se relacionan con temas como reunión, familia y alegría. Sin embargo, la persona que ha sufrido una pérdida física irreparable nunca está imbuida de alegría. Por eso se siente rara, a veces incomprendida, y le resulta difícil insertarse en una reunión que convoca a la familia».

Los días especiales actualizan los sentimientos relacionados con la pérdida. Existe, inclusive, una aflicción anticipatoria: duelen el alma y el cuerpo, y muchos sufren de insomnio, ansiedad, falta de energía, tristeza o trastornos del apetito.

«En los casos de viudez, por ejemplo, la ausencia física de la pareja en la mesa de fin de año no ha sido elegida. Esto despierta bronca, impotencia y tristeza. Lo que era ya no es más -afirman las especialistas-. En este contexto, pretender que todo sea como antes puede resultar frustrante.»

¿Cómo pasar entonces las fiestas, cuando la persona amada ya no regresará físicamente para compartirlas? La respuesta no es tan universal como los festejos. Primero, porque cada humano es un mundo. Segundo, porque al menos llegar a una respuesta parcial implica sortear un gran escollo: la promoción, por parte de la sociedad occidental, de la negación del sufrimiento en pos del disfrute rápido sustentado en modelos poco reales, como los de las clásicas viudas alegres.

Contra estos conceptos, «resulta indispensable planificar las fiestas de antemano, buscar apoyo, realizar actividades placenteras en los días previos y, sobre todo, no aislarse. Por otra parte, resulta de gran alivio agradecer aquellas cosas que nos dejaron los que ya no están, y también dar las gracias a los que sí pasarán las fiestas con nosotros haciéndonos compañía. Una buena manera es escribir los mensajes».

Pérdidas irreparables

Fuera del país

Aunque no precisamente por ausencias irreparables, otro capítulo por tener en cuenta es el de las familias transnacionales o transculturales: en la Argentina de hoy, y en otros lugares del mundo, cada vez más compatriotas pasarán las fiestas alejados de sus seres más cercanos.

«Los que se fueron del país pierden la relación cotidiana con amigos y parientes. Además, se alejan de ciertos rituales y costumbres festivos. En muchos casos, hasta se distancian de su lengua de origen -. Pero a diferencia de las provocadas por la muerte, estas pérdidas no son definitivas ni irrevocables: siempre existe la fantasía de la reunión o del regreso.»

En los que se fueron «hay expectativas de cambio y progreso. Sin embargo, las emociones son contradictorias porque en ellos conviven la alegría y la tristeza; la ausencia de los seres que aman, y la expectativa por nuevas presencias de la gente que habita en el nuevo lugar».

Se trata, en términos de Pauline Boss, de pérdidas ambiguas.

¿Y la ambigüedad de los que se quedan? «Sienten alegría porque esperan para sus seres amados una vida mejor. Al mismo tiempo, sufren la angustia de no tenerlos en la cotidianidad o en fechas importantes».

En estos casos, «la relación se fragmenta pero no se obstruye». Y esto viene a cuento de que muchos padres sienten culpa por no haber podido retener a sus hijos en el país.

«Hay que reformular este concepto -subrayan-. Las fiestas son un momento para reflexionar sobre el tema: en todo caso, si el otro ha podido irse es porque se ha trabajado para que pudiera elegir libremente su camino. Y partir de un país en el que desarrollarse es difícil también implica saber que sus vínculos afectivos son fuertes y no van a cercenarse por la lejanía geográfica.»

Tanto en los casos de pérdida física irreparable como en estos últimos existen rituales y acciones (ver infografía) que pueden ayudar que las fiestas resulten una experiencia de enriquecimiento personal. Este momento del año también resulta propicio para reflexionar sobre lo que uno aprende de la pérdida. Es decir, descubrir lo bueno de lo malo.

Por último, una cuestión de base: pasarla bien no es sinónimo de traicionar a los ausentes. Por el contrario, implica tenerlos presentes y honrarlos con un afectuoso recuerdo.

Fuera del país

Consejos para momentos difíciles

 

 

 

 

 

 

 

 


Anticiparse: tener claro que esta vez las fiestas serán diferentes. Anticiparse haciendo una lista: dónde se festejarán y con quiénes. Incluir qué rituales se evitarán, respetarán o eliminarán.

Sentimientos: sea leal a los sentimientos que aparezcan, y comuníqueselos a las personas con las que compartirá las fiestas. Lo más importante es no aislarse.

Conexión: evitar acciones extravagantes pensando que así se olvidará el dolor. Conectarse con el placer, pero con cosas que se tienen a mano (bailar, escuchar música). Si se es religioso, conectarse con la fe. No temer pedir un abrazo o una caricia.

Sin culpa: disfrutar de las fiestas si se puede, pero si no es posible no sentirse culpable por ello.

Tolerancia: ser tolerante con el propio humor, teniendo en cuenta que la ausencia de un ser querido agota emocional, espiritual y físicamente. Eventos: no participar de eventos estresantes.

Consejos para momentos difíciles
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La muerte: un amanecer

 

 

 

 

 

 

 

 

 


He reflexionado largo tiempo sobre lo que podría deciros hoy, y me gustaría contaros cómo sucedió que una pequeña «nada» que al nacer pesaba un kilo ha llegado a encontrar su camino en la vida y de qué forma aprendió a transitar. Esto es lo que hoy os relataré.


Me gustaría deciros cómo podéis vosotros también llegar al convencimiento de que esta vida terrestre, que vivís en vuestro cuerpo físico, sólo representa una pequeña parte de vuestra existencia global. Sin embargo, vuestra vida actual tiene una importancia muy grande en el marco de vuestra existencia entera puesto que estáis aquí por una razón precisa que os es propia.

Si vivís bien, no tenéis por qué preocuparos sobre la muerte, aunque sólo os quede un día de vida. El factor tiempo no juega más que un papel insignificante y de todas maneras está basado en una concepción elaborada por el hombre.

 

Vivir bien quiere decir aprender a amar. Ayer me emocioné escuchando al conferenciante que decía: «Entonces pues, fe, esperanza y amor, pero lo más grande de los tres es el amor». En Suiza se hace la confirmación a los trece años y os dan un versículo para que os acompañe en la vida. Como nosotros éramos trillizos hubo que encontrar uno que nos conviniese a los tres, y se pusieron de acuerdo sobre el que hemos mencionado. A mí me dieron la palabra amor. Por ello yo quisiera hablaros del amor. Para mí amor quiere decir vida y muerte, pues las dos son una misma cosa. (*)

Nací como una niña «no deseada». No porque mis padres no quisieran tener hijos, por el contrario, deseaban una niña, pero una niña bien robusta de unos cinco kilos. No esperaban tener trillizos. Y cuando aparecí yo, pesaba alrededor de un kilogramo y era muy fea. No tenía nada de pelo y fui seguramente para ellos una gran decepción.

Quince minutos después nació el segundo niño y veinte minutos después el tercero, que pesaba casi tres kilos. En ese momento nuestros padres se sintieron felices, aunque quizás hubieran preferido devolver a dos de nosotros.

Yo creo que nada en la vida se debe al azar y así ocurrió con las circunstancias de mi nacimiento. Me proporcionaron el sentimiento de que incluso una «nada» de menos de un kilo debía probar con todas sus fuerzas que tenía derecho a vivir.

Tuve que trabajar muy duramente, como lo hacen los ciegos, que se creen obligados a aplicarse diez veces más de lo ordinario para no perder su empleo.

Al final de la segunda guerra mundial yo era adolescente y sentía en mí una gran necesidad de hacer algo por este mundo tan perturbado por la guerra. Me juré a mí misma que al final de la guerra iría a Polonia para participar en los primeros auxilios y colaborar en la atención a los más necesitados. Mantuve mi promesa y yo creo que eso fue el principio de mi ulterior trabajo que debía tratar sobre el morir y la muerte.

Yo misma visité los campos de concentración y vi con mis propios ojos vagones repletos de zapatos de niños, así como otros llenos de cabello humano que había pertenecido a las víctimas del campo de exterminio nazi. Se transportaba ese cabello a Alemania para confeccionar almohadas. No se puede seguir siendo la misma persona después de haber visto con los propios ojos los hornos crematorios y haber olido con la propia nariz los campos de concentración, sobre todo siendo entonces tan joven, como era mi caso, porque lo que se veía allí con toda claridad era la inhumanidad reflejada en todos nosotros.

Cada uno de los que estamos en esta sala puede convertirse en un monstruo nazi, pero de igual manera cada uno tiene la oportunidad de llegar a ser la Madre Teresa de Calcuta. Comprenderéis el significado de esto, y a quién aludo. Es una de mis santas que en la India recoge por la calle niños y adultos moribundos y hambrientos. Es un ser maravilloso, me gustaría mucho que tuvieseis ocasión de conocerla.

Antes de ir a América, yo practicaba la medicina en Suiza y me sentía muy feliz. De hecho, yo había preparado mi vida para ir a la India con el fin de trabajar como médico —como lo hizo Albert Schweitzer en África—, pero dos meses antes de partir se me informó que el proyecto había fracasado y en lugar de la jungla india yo desembarcaba en la jungla neoyorquina, después de haberme casado con un americano que me llevó allí, donde menos ganas tenía de vivir. Esto tampoco fue una casualidad. No fue el azar.

Es fácil cambiarse de casa en una ciudad que a uno le gusta, pero irse a vivir a una ciudad que no os atrae en absoluto, es una prueba a la que os sometéis para verificar que sois capaces de realizar el objetivo fijado para la propia vida.

Encontré un trabajo de médico en el Manhattan State Hospital, que también es un sitio horrible. En aquella época yo no sabía gran cosa de psiquiatría y me sentía muy sola, miserable y desgraciada. Además yo no quería hacer desgraciado a mi marido, así que me dediqué completamente a mis enfermos y me identifiqué con su soledad, su desgracia y su desesperación.

Poco a poco ellos empezaron a confiar en mí y a comunicarme sus sentimientos, y de pronto comprendí que no estaba sola con mis miserias. Durante dos años lo único que hice fue vivir y trabajar con estos enfermos. Para compartir su soledad celebraba con ellos todas sus fiestas, ya fueran Yon Kippour, Navidad, Hannukkan o Pascua.
Como os decía, sabía poco de psiquiatría, y particularmente de psiquiatría teórica, que en mi posición tenía que conocer.

A causa de mis insuficientes conocimientos lingüísticos, tenía dificultades para comunicarme con mis enfermos, pero nos amábamos mucho. Sí, verdaderamente, nos amábamos mucho. Al cabo de dos años el noventa y cuatro por ciento de estos enfermos pudieron abandonar el hospital y defenderse en Nueva York, y desde entonces muchos de ellos trabajan y asumen todas sus responsabilidades. Debo deciros que todos estaban condenados como «esquizofrénicos irrecuperables».

Intento explicaros que el saber es útil, sin duda, pero que el conocimiento solo no ayudará a nadie. Si no utilizáis, además de la cabeza, vuestro corazón y vuestra alma, no ayudaréis a nadie. Fueron estos enfermos mentales, al principio sin esperanza, los que me enseñaron esta verdad. En el transcurso de mi trabajo con ellos (ya fueran esquizofrénicos crónicos o niños minusválidos mentales, o moribundos) descubrí que cada uno tiene una finalidad propia. Cada uno de estos enfermos puede, no solamente aprender y recibir vuestra ayuda, sino llegar a convertirse además en vuestro maestro. Esto también es verdad, tanto en los niños minusválidos mentales, aunque no tengan más que seis meses, como en el de los esquizofrénicos profundos, que a primera vista tienen un comportamiento animal. Pero los mayores maestros de este mundo son los moribundos.

Si uno se toma el tiempo de sentarse junto a la cabecera de la cama de los moribundos, ellos son los que nos informan sobre las etapas del morir. Nos muestran de qué modo pasan por los estados de cólera, de desesperación, del «¿por qué justamente yo?» y también la forma en que acusan a Dios, rechazándolo incluso durante un tiempo. Luego comercian con Él y caen seguidamente en las peores depresiones. Pero si a lo largo de estas fases están acompañados por un ser que les ama, pueden llegar al estado de aceptación.

Todo esto no tiene aún nada que ver con las fases del morir propiamente dicho. Nosotros las llamamos fases del morir porque carecemos de una mejor denominación. Mucha gente vive fases similares en el momento en que un amigo o amiga los abandona o al perder un empleo o si tienen que abandonar la casa en la que vivieron durante cincuenta años para ir a un asilo, o algunas veces, incluso, al perder un animalito doméstico o simplemente una lentilla de contacto. En mi opinión, el sentido del sufrimiento es éste: todo sufrimiento genera crecimiento.

La mayoría de la gente considera sus condiciones de vida como difíciles y sus pruebas y sus tormentos como una maldición, un castigo de Dios, algo negativo. Si pudiéramos comprender que nada de lo que nos ocurre es negativo, y subrayo: ¡absolutamente nada!…

Todos los sufrimientos y pruebas, incluso las pérdidas más importantes, así como todos los acontecimientos ante los que decimos: «Si lo hubiese sabido antes no lo habría podido soportar», son siempre regalos.

Ser infeliz y sufrir es como forjar el hierro candente, es la ocasión que nos es dada para crecer y la única razón de nuestra existencia.

No se puede crecer psíquicamente estando sentado en un jardín donde os sirven una suculenta cena en una bandeja de plata, sino que se crece cuando se está enfermo, o cuando hay que hacer frente a una pérdida dolorosa.

Se crece si no se esconde la cabeza en la arena sino que se acepta el sufrimiento intentando comprenderlo, no como una maldición o un castigo sino como un regalo hecho con un fin determinado.

La muerte: un amanecer
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Pasé los 22 últimos años acompañando a gente que sufre


Comencé trabajando con adolescentes adictos a las drogas en Nueva York. Luego con alcohólicos, delincuentes juveniles, criminales y personas sin hogar. También trabajé con enfermos de sida y cáncer, y con adultos abusados habiendo sido niños.

de Waine Muller Artículo extraido de Tres perspectivas espirituales de la resiliencia del libro «Recursos espirituales en terapia familiar» – (Froma Walsh) Traducción: Duelum

A través de mi reflexión sobre el trabajo realizado con diversos tipos de sufrimiento humano, me di cuenta que lo que ha atraido mi atención no es el sufrimiento per se sino justamente, la tristeza, la pérdida y el dolor. Si miramos con atención conciente y compasión profunda de que modo el dolor nos es dado a cada uno, inevitablemente comenzaremos a comprobar la naturaleza del mismo. Comprobaremos que siempre estamos expuestos a angustias inesperadas en nuestra vida.

Una de las cosas que aprecio de Buda es su coraje. La historia de la iluminación de Buda es mítica y es relatada del mismo modo que lo es la historia del nacimiento de Jesús. El joven Siddharta, luego de haber crecido viviendo en un palacio, cuidado por sus protectores padres de las amenazas del mundo exterior, un día emprende un viaje fuera de los muros del palacio. Ahí encuentra un anciano, luego un hombre enfermo, luego un cadáver, y finalmente a un monje.

En ése momento fué que Siddharta se dio cuenta de que el sufrimiento era una parte inevitable del mundo humano. Él decidió, entonces, emprender un largo proceso de meditación para poder explorar la verdadera naturaleza de ése sufrimiento. Él juró continuar la exploración de ésa verdad a cualquier costo hasta que le fuera totalmente revelada. Finalmente, luego de años de peregrinaje, ayuno y meditación, Siddharta se sentó debajo de un árbol sagrado, y cuando la primera estrella asomó en el cielo, se convirtió en Buda, (el único que es conciente o que ha despertado).

Luego de su iluminación, el Buda comenzó a enseñar lo que el describió como Las Cuatro Nobles Verdades.

  • El mundo ésta repleto de sufrimiento. Esencialmente lo que él está diciendo es, por supuesto, que si nosotros nacemos como seres humanos, entonces una cierta medida de pena y dolor será nuestro legado.

  • Las cosas que nosotros queremos, morirán.

  • Las cosas que nosotros guardamos como valiosas, nos serán quitadas. Las personas que amamos y en las que confiamos, en algunos momentos nos podrán hacer daño en forma intencional o no.

  • Las cosas que nosotros creemos permanentes o inviolables, se desvanecerán, o se desvirtuarán, o desaparecerán. Y ésa es la naturaleza, dijo, de todas las cosas.

Entonces, nacer y sentir pena no es un error, no es una injusticia, no es incluso necesariamente un trauma que va a inducir a una determinada subsecuente patología. La pena es, de hecho, simplemente uno de los legados de nacer y de ser un ser humano. No puede ser evitado, sino justamente esperado.

El Buda dijo que, en algún momento de la vida, recibiremos diez mil alegrías y diez mil tristezas. Lo que eso significa es que el dolor o la tristeza puede aparecer de múltiples formas, alguna vez con la forma de hambre, o pobreza, algunas veces en forma de guerras o pestes, sequía o racismo, violencia familiar, o nazismo, o apartheid . Los modos en que la pena y el duelo pueden entrar en nuestras vidas son infinitos e inevitables, aún necesarios. Son «necesarios» no en el sentido de ser algo bueno para nosotros, ni tampoco eso significa que «si un poco de sufrimiento es bueno para ti , mucho sufrimiento va a ser realmente mejor para tí»; sino en el sentido de que sufrimiento y alegría son como la expansión y contracción de nuestro corazón y pulmones, como el ritmo mismo de la tierra, como el movimiento de las estaciones, es una parte natural de lo que significa estar vivo y despierto. La alegría y la tristeza, son dentro de ése ritmo continuo necesarias e íntimas compañeras nuestras.

Y eso corresponde para aquellos que han crecido en una familia de alcohólicos o para aquellos que han sido abusados o abandonados o heridos cuando eran pequeños. No fue exclusivamente la culpa de la familia abusadora el motivo de porqué el niño experimentó sufrimiento. Éste niño en particular pudo no haber vivido guerras, o pestes, o hambre, o pobreza o leucemia; éste chico recibió su porción de dolor en la forma de tener una familia abusadora. De acuerdo a Buda, es justamente porque hemos nacido el porqué de vivir situaciones que nos provoquen dolor. La familia simplemente le otorga una forma peculiar, un sello particular a la forma de ése dolor.

Las formas del dolor pueden cambiar, pero el hecho de tener que atravesarlo, no.

Buda hizo una distinción muy importante y útil, que yo creo que como terapeutas, muchas veces no tenemos en cuenta en nuestra práctica. Y es la distinción entre dolor y sufrimiento. Buda decía que la pena es inevitable. La pena es parte del trato. Sin embargo, Buda decía que el sufrimiento nace de la relación que establecemos con el dolor que recibimos. Si yo he recibido malos tratos a través de mis padres siendo muy pequeño, eso es dolor. El sufrimiento sobreviene si yo creo haber sido mutilado, disminuído y maltratado, por no haber sabido que hacer con mi dolor cuando yo era pequeño y ellos mayores , o siento que mi confianza o seguridad se me fue quitada, entonces resuelvo que a partir de ahora nunca más podré confiar en alguien o en algo.

Pero al mismo tiempo Buda dice: «Todos son Buda».

Cada uno de nosotros tiene dentro una naturaleza Buda: una naturaleza que es fundamentalmente perfecta e intachable. Hay una luz como en el cristianismo, una luz interna e innata, de una natural perfección que no es diferente a la luz de Jesús cuando exhortó a sus seguidores: “Ustedes son la luz del mundo”.Cuando Buda dice cada uno tiene una naturaleza Buda, significa que poseemos un fragmento inextinguible del fuego divino, que arde en nosotros, a pesar de las circunstancias. A pesar de lo que nos toque, a pesar de cómo sea eso para nosotros, a pesar de cuantas dificultades y dolor experimentemos, hay algo fidedigno, resiliente, grabado de verdad dentro nuestro, algo que va a contrarrestar el peso de lo que nos sea dado.

Y eso es la naturaleza Buda, el reino de Dios, esa quietud, ésa vocecita, esa luz interior, ésa cualidad sin nombre, ésa completud, sobre la que nosotros construimos nuestro mundo interior. Ese ser interior, ésa verdadera naturaleza que no se quiebra por haber recibido sufrimiento. Porque si así fuera, entonces la raza humana se hubiera extinguido miles de años atrás, porque, desde que los seres humanos habitan la tierra, la gente ha sido afectada por guerras y pestes. Y esto demuestra claramente que el ser humano está capacitado para sobrellevar insospechados niveles de dolor y tristeza. Me gustaría sugerirles como terapeutas, como clínicos, como sanadores, como personas que acompañan a aquellos que sufren, que la alianza que nosotros hacemos cuando comenzamos una relación terapéutica es con esa capacidad, con aquella chispa ininterrumpida de espíritu fundamental y divinidad. Esa es nuestra alianza más profunda.

Algunas veces sin quererlo hacemos nuestra alianza con el diagnóstico. Me gustaría hablar de este error porque creo que es fundamental para el entendimiento de la naturaleza del sufrimiento y la naturaleza de la sanación.

La primer pregunta que nos hacemos ante una situación dolorosa en cualquier momento de nuestras vidas es “¿por qué a mi?, ¿por qué a mi?”. Solo nos hacemos esta pregunta ante el dolor. Si ganamos la lotería no nos preguntamos “¿por qué a mi?” ¿qué hice para merecer este dinero? O si estamos cansados, o contentos, no nos surge una profunda introspección para tratar de entender por qué esta felicidad ha llegado a nosotros; o por qué nos sentimos cansados: “mira aquellas personas de allá, no parecen cansados. ¿Que he hecho yo para merecerlo? La pregunta en primera instancia parece tonta.

Pero el sufrimiento parece ser algo diferente. Lo tomamos muy personal, como si tuviera algo que ver con nosotros. ¿De donde sacamos esta idea? Es relativamente simple descubrir su desarrollo. Una de las primeras cosas de las que nos damos cuenta sobre el mundo cuando somos pequeños y estamos en pleno desarrollo es que cuando estamos mojados, alguien nos cambia el pañal. Y luego nos damos cuenta que cuando lloramos, alguien aparece para ver qué es lo que esta mal. Y que cuando sonreímos y hacemos un gesto gracioso algún adulto nos hace otro gesto gracioso. La lección es simple «básicamente, estoy a cargo de la galaxia desde lo que yo sé».

Así es como nace el sentido de omnipotencia. Yo hago A y el mundo hace B. Yo sonrío, ellos sonríen. Yo lloro, ellos aparecen. Estoy mojado, me cambian los pañales. Lloro y me alzan. La galaxia responde a cada uno de mis pensamientos y a cada uno de mis movimientos. ¡Es genial!

Pero el verdadero problema aparece, años después, habiendo hecho esta exquisita observación sobre la naturaleza de las cosas, cuando: ¿Como pienso, siento y me comporto cuando alguien me viola? ¿O que sucede cuando me lastiman? ¿O cuando se emborrachan y me dejan solo por horas, o se gritan entre ellos o me hacen daño? Entonces, tengo que descifrarlo:

«¿Que hice yo que provocó que eso sucediera? Entiendo la naturaleza de las cosas, hago A y el mundo hace B, yo sonrío, ellos sonríen, estoy mojado y me cambian el pañal. Ahora, hago X y me golpean. Hago Z y me violan de algún modo íntimo e inexplicable.

Así que ahora trato de averiguar ¿que está mal en mí que me ha traído este sufrimiento? ¿Que mal pensamiento tuve que me trajo esto? O ¿qué toxicidad, discapacidad, fragilidad, que patología tengo en mi cuerpo que invito o creó este sufrimiento? Esto puede convertirse en una peregrinación para el resto de mi vida – para descubrir, diagnosticar, y erradicar aquello que esté cargando que me haga sufrir. Pero el Buda dice, “En realidad, tú sabes que no tiene nada que ver contigo».

Hasta Jesús dijo, «en este mundo debes tener amargura». El dolor es parte del trato. Posiblemente el daño que ellos te causan tiene más que ver con la ignorancia y torpeza que con cualquier otra cosa que nosotros hallamos podido decir, o pensar, o hecho. Tal vez este sea simplemente un modo en que aparece el dolor en esta vida.

Pero si yo creo convencido de que se trata de mí, entonces pasaré mi vida tratando de descifrar por qué me sucedió y qué esta mal en mí a causa de ello. Y luego escribiré un libro sobre eso- el DSM-IV. El DSM-IV fue escrito por mucha gente, entre ellos psicólogos, muchos de ellos criados en familias como estas, que ahora se han dado cuenta de cada una de las cosas que pueden salir mal, lo cual en sí es muy impresionante. Pero me gustaría sugerir que es fundamentalmente, inintencionadamente, e insidiosamente violento rotular a alguien por lo que está mal con él.

Tú eres la luz del mundo. Estás saturado con la naturaleza Buda. Hay una perfección natural, fundamental, innata, una chispa de lo divino que se encuentra dentro tuyo y que no podrá ser extinguida por tu dolor. Tus penas no son necesariamente patológicas.

No encontramos «la luz del mundo» en alguna parte del DSM-IV. Pero cuan grandioso seria si el libro fuera lo suficientemente extenso para contener nuestras penas y alegrías, nuestro dolor y resiliencia. Cuan maravilloso sería si no tuviéramos que buscar el diagnóstico exacto, a fin de que el terapeuta reciba su pago. Porque todo el sistema esta manejado por diagnósticos que, fundamentalmente dicen “a nadie se le paga hasta que no sea descubierto que es lo que está mal en mi”. Yo querría sugerir que este sistema es fundamentalmente tan abusivo como el trauma original que causo la necesidad de establecer una relación sanadora.

El Buda dijo que la mente es naturalmente pura y radiante. En la Dzogchen tradición del Budismo, hay un lugar llamado Rigpa, una perfección natural en la que estamos inmersos. Si miramos el cielo y vemos las nubes, podemos ver eso, que las nubes atraviesan el cielo pero no confundimos el cielo con las nubes. Las nubes simplemente aparecen y desaparecen, como todas las cosas, como las diez mil alegrías y los diez mil dolores.

Aunque a veces obstruyan nuestra clara percepción del cielo, el cielo no se ve disminuido por las nubes que pasan frente a el. Del mismo modo, ésta implacable naturaleza- Buda, esta luminosidad, no se ve disminuida o dañada por las circunstancias dolorosas de la vida.

Algunas veces los nombres de los diagnósticos nos hace más pequeños. Necesitamos llamarnos a nosotros mismos con un nombre lo suficientemente grande para contener tanto las diez mil alegrías como las diez mil tristezas, para contener esta luminosidad fundamental. Y necesitamos aliarnos con el nombre más profundo, uno que refleje la verdadera naturaleza de esa persona que vive en nosotros.

Hay una parábola Budista que dice, «si tomás una cucharada llena de sal y la échas en un vaso de agua, lo mezclas y lo bébes, el agua sabrá bastante amarga por la sal. Pero si tomas la misma cucharada de sal y la hechas en un lago ancho, claro y puro cerca de una montaña y luego bebés un trago de esa agua, no sentirás la sal.» Lo central de la parábola es que el sufrimiento no es causado por la sal sino por la pequeñez del contenedor.

Lo que el Budismo, y yo agregaré, es que lo mejor que el Cristianismo y Judaísmo proponen es que todo lo que hagamos para la sanación tendría que ayudar a hacer más grande el contenedor de modo que podamos sobrellevar más que las diez mil alegrías y las diez mil tristezas de las que el Buda habla.

Pasé los 22 últimos años acompañando a gente que sufre
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